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Camino Santiaguista de Caravaca
De lo acontecido el segundo día entre Villanueva de los Infantes y Elche de la Sierra



Camino Santiaguista de Caravaca

La niebla es tan espesa que apenas se ve nada. Hago un poco de tiempo charlando de rutas y bicis con el propietario del hostal mientras desayuno, pero no queda más remedio y me hecho a la carretera, la jornada es larga y no hay tiempo que perder. Pongo las luces y comienzo a pedalear. Del paisaje nada, solo una bruma blanca que lo envuelve todo; hay una “ventaja” los pocos coches que pasan van tan despacio casi como yo. En Montiel, la niebla deja ver algunos metros más, los suficientes para saber que estoy en el pueblo. Visito la iglesia de San Sebastián y en dirección contraria, al final de una calle, sobre el monte, parece intuirse algo parecido a un castillo. Continua la carretera por un bonito paisaje entre colinas que la niebla empieza a dibujar, encinas y pastos se alternan chorreantes de humedad y las redes que tejen las arañas brillan como diminutas perlas engarzadas en simétrico orden. Continuo hasta Villanueva que supero sin pena ni gloria. Bajo hacia el valle que ya deja ver las primeras estribaciones montañosas. Povedilla se queda atrás. Sobre un cerro, recortando su silueta sobre un cielo aún brumoso, destaca la Muy Noble y Muy Leal villa de Alcaraz, título concedido por los Reyes Católicos por su apoyo contra el marqués de Villena. Nuevo es el actual caserío aunque anda ya por los diez siglos. El anterior pudo estar en la zona de Los Batanes, famoso en época califal por sus alfombras y tejidos y hasta es posible que se construyera sobre el enclave íbero de Urcesa. Por aquí también anduvieron los romanos, dejando su impronta en el puente del Canto. En época más reciente 1213, Alfonso VIII la conquista cediéndola a la Orden de Santiago, que desde la Sierra de Segura defendía la frontera sur de Castilla del emirato murciano. Otro insigne rey, de especial cariño para los murcianos, fue Alfonso X El Sabio, que gustaba de pasar aquí largas temporadas gastando su tiempo en la caza y la composición de bellas cantigas como la del Niño de Alcaraz. Pero Alcaraz es sobre todo su Plaza Mayor, para mí una de las más bellas de la Península. Rectángulo irregular dominado al este por la iglesia de Santa María y Santísima Trinidad en bellísimo enfrentamiento de su torre campanario con la del Tardón, apoyada en el convento de Santo Domingo. Al oeste y al sur, las arcadas de la Lonja de la Rogatoria y del ayuntamiento. Estrechas calles desembocan en la plaza, retorcidas de escalones, plenas de geranios y hornacinas, cubiertas de arcos y piso empedrado. Cada vez que la visito tengo la misma sensación extraña, de que los parroquianos del bar "El Casino", bajo las arcadas de la lonja, son siempre los mismos, en la misma posición, como si más que vecinos fueran una estampa típica o la escena de un museo popular de cera. Me gustaría entrar al pueblo, contemplar sin prisas la belleza de los numerosos rincones que nos deparan sus calles, donde el tiempo y la historia se detuvieron hace ya mucho, pero hoy no puede ser, hay que seguir haciendo camino.

Comienza la sierra, como aperitivo tomo un camino asfaltado que sale por detrás de la gasolinera y que se dirige a una almazara y al Santuario de Cortes un importante centro de peregrinación. Pero antes el paso de un arroyo nos va a deparar las rampas más fuertes de la jornada, menos mal que solo son cincuenta metros. En 1265, Alfonso X y su suegro Jaime I de Aragón, a la sazón repartiéndose la Península, celebran cortes conjuntas en una pequeña atalaya que había en el lugar, son informados de que en la iglesia se apareció la Virgen y deciden su ampliación y conversión en hospedería, dando lugar al monasterio actual que hoy regenta la comunidad religiosa de las Dominicas. Continuamos subiendo con rampas que oscilan entre el siete y el nueve por ciento. Los montes se pueblan paulatinamente de carrascas y pinar, este último cada vez más abundante y la soledad se apodera del paisaje, solo rota por poblaciones como La Hoz o Peñascosa, después nada. Camino despacio, todo el desarrollo puesto, solo el sonido el viento entre las hojas. Unos carrizos, más allá unos escasos pastos, sombras pardas levantan la cabeza y corren a cubierto, son hembras de ciervo, tres o cuatro, que se pierden el la espesura, sigo solo. Comienza la bajada, la carretera rota, pero no me impide adquirir una buena velocidad, se nota más el frío empapado como voy. Alcanzo la carretera que viene de Paterna del Madera; río que junto al Mercal, formara el Bogarra hasta desembocar en el Mundo. Antes del pueblo, como regalo, unas rampas del once por ciento que nos prepararan para el siguiente puerto en dirección a Ayna.

Bogarra me trae recuerdos de un tiempo que ya no volverá, de cuando mi hijo no superaba los diez años y hoy alcanza la edad de Cristo, de una aventura que siguiendo la linea de las películas de Sergio Leone podíamos titular El Viejo, El Niño y El Inconsciente, porque aquello fue de película. Mi suegro, mi hijo y yo, habíamos pasado la tarde enredando por Riopar Viejo, siesta incluida, en su castillo-cementerio sobre las lapidas aun templadas por los últimos rayos del sol de la tarde. Era otoño y decidimos acercarnos hasta el río Bogarra, a un paraje aguas arriba del pueblo en la confluencia con un arroyo y en él que según mis informaciones había un camping. Llegamos al anochecer por una pista sin asfaltar que nos introdujo hasta una explanada que recordaba muy ligeramente lo que podía ser una de estas instalaciones. Nada había salvo un especie de chamizo acristalado, que con muy buena voluntad podíamos darle el titulo de merendero, por supuesto; cerrado. No nos importo demasiado, ya de noche cenamos algo y tras consultar el mapa decidimos acercarnos hasta la población para tomar una bebida caliente. Había un sendero que llegaba hasta el pueblo por la margen derecha del río, total eran solo unos tres kilómetros y así lo hicimos. Nosotros estábamos en la margen izquierda y poco más adelante debía estar el puente para cruzar al otro lado, pero solo encontramos un pulido tronco atravesado de una a otra orilla, húmedo por el relente, y ahí tenemos al Viejo, al Niño y al Inconsciente haciendo equilibrios para no terminar en el fondo del río. Una vez en el pueblo y tras tomar unos cafés, buscamos otra forma de regresar. Después de explicarle al camarero donde teníamos el vehículo y las dificultades para el regreso nos dijo:

-Donde están ustedes es del señor Alcalde, él les puede llevar.

-Ah!

-Y donde puedo encontrar al señor Alcalde a estas horas.

-No se preocupe él vendrá por aquí de un momento a otro, este bar también es suyo.

Algún tiempo después -ya habíamos tomado algo más que un café-, llego el señor Alcalde y al enterarse de nuestro apuro, inmediatamente se ofreció a llevarnos, y no solo eso; nos dijo que no nos preocupáramos por el desayuno del día siguiente, que él iría con su esposa a prepararlo. Así, de paso, "regularizó" la estancia en lo que él llamaba con orgullo "su camping". Y nosotros agradecidos.

Salir de Bogarra es duro, nos esperan varios kilómetros de fuertes rampas alrededor del nueve por ciento. Paciencia y desarrollo, que los kilómetros empiezan a pesar en las piernas. No quiero parar en el pueblo y ganar así algo de tiempo, como unas barritas y continuo mi camino. Bajar hacia Ayna es toda una gozada, la carretera perfecta, las curvas con el radio justo para tomarlas sin frenar, el viento en el rostro y una sonrisa de oreja a oreja. Con que facilidad olvido las penurias en cuanto el porcentaje se hace negativo, hasta que la Dirección de carreteras me la borra de la cara con un buen susto un enorme cartel decía: ATENCION Ctra. CM-3203 cortada en P.K. 60 (Acceso permitido a Ayna). Desvío por CM-3213 (Hellín). ¡Díos mio, que hago yo ahora! ¡Dónde está el puñetero kilómetro 60! Decido descender hasta Ayna y preguntar en el pueblo. Según bajo, veo los motivos del cartel, a la salida del pueblo se ha derrumbado parte de la ladera de la montaña. Colgados de cuerdas los hombres se afanan trabajando en intentar solucionar el problema. Respiro aliviado, recuerdo un camino junto al río que me sacará del apuro, sale de la plaza del pueblo bajando hasta el Mundo para recorrer las pequeñas huertas aledañas al cauce hasta un punto de la carretera más allá del derrumbe. La última vez que estuve por aquí fue en pleno "Reventón" del Mundo en mes de diciembre de 2012 [2]. A la población de Aýna los árabes la llamaban "La de los Ojos Bellos", "La de las Fuentes Escondidas". Constreñido su caserío entre el monte y el río, se agarra como puede a la ladera, casi una única calle que termina junto con el pueblo en la plaza Mayor. Algunas bajan al río, tan empinadas, que uno corre el riesgo cierto de despeñarse hasta el Mundo, que durante años ejerció de frontera con el Islam defendida con mano de hiero por los caballeros santiaguistas. Hoy el sabor morisco de sus calles no conocen otras luchas que no sean sus encierros y un floreciente turismo.

Ya en la carretera un par de bichos, creo que son cabras, cruzan delante de mi y se me quedan mimirando con descaro. Me queda un último esfuerzo, salir de la garganta que ha labrado el río Mundo y llegar a Elche de la Sierra y para eso tengo que superar varios kilómetros al siete por ciento ¡como no! Lo demás será todo bajada. Siempre me ha intrigado el porqué de la construcción de ciertos pueblos como Royo-Odrea, porque hoy puede quizás vivir del turismo, ¿pero antes? desde ahí no se controla nada, no hay espacio para campos u huertas, colgado sobre el precipicio sin nada que hacer. En Elche localizo el hotel Moreno y ya no saldré de él hasta el día siguiente, cena, partido de la selección española de fútbol contra la francesa y desayuno incluidos.

Mariano Vicente, 28 de marzo de 2017

[2] Río Mundo (http://www.bicimur.murcia-region.com/espanaenbicicleta/riomundo/RioMundo.htm)


Guía Práctica

Salida: Villanueva de los Infantes
Llegada: Elche de la Sierra
Época: Todo el año
Porcentaje de ciclabilidad: 100 %
Dificultad: Alta
Distancia: 137 Km.


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